Juan Cruz Usandizaga

Hace 3 años me decidí en venir a Australia a vivir. Buscando opciones, googleando en la web y después de mandar unos cuantos emails a desconocidos, haciendo preguntas de esto y aquello, recibí una llamada de Carola W. presentándose como Agente Estudiantil. No tardo mucho en convencerme que mi mejor opción seria hacer un Máster de Arquitectura por 2 años en Perth, ciudad en la que ya había vivido un año en mi adolescencia hace más de 13 años. Australia estuvo siempre en mi mente, y no se iba a deshacer de mí tan fácilmente.

Hace más de un año que estoy de vuelta en Perth, aunque parece que viví en esta ciudad toda la vida. Mi vida de estudiante de posgrado varía entre cursadas y teóricas en la facultad 3 o 4 veces por semana, trabajando part-time en un estudio de Arquitectura, y yendo a la playa religiosamente todos y cada uno de los fines de semana a entrenar con el equipo de remo en el Surf Club y patrullando como guarda-vidas eventualmente cuando el club lo demanda como regla a cumplir por con un socio del club. Las universidades tienen todo a disposición de los estudiantes, tan sencillo que la adaptación no dura más de una semana.

La calidad de vida q tienen los australianos es envidiable, y no me refiero al aspecto netamente económico sino al modo de llevar una vida sana y tranquila. Australia tiene 3 cosas que me apasionan y son imprescindibles para desarrollar una vida armoniosa: un clima templado en invierno y cálido 9 meses al año; una economía sin los siempre presentes altibajos argentinos; y mucho lugar para desplazarse considerando su escasa población en relación a semejante territorio.

Vivo en el país que tiene más playas del mundo y donde los buenos modales están a la orden del día, algunas veces cansa un poco que sean taaaaan respetuosos, pero me debo una auto-critica y el único responsable de mi fastidio soy yo. Vivo en el país donde en el tren todos hablan en voz baja por temor a molestar al que está al lado. Vivo en el país donde no necesito tener en mano un comprobante de pago porque para la otra persona le basta que yo le diga mi verdad para creerme. Nadie desconfía de nadie y todos les creen a todos. La desconfianza es una mochila que, como argentino, lleve puesta toda mi vida, pero acá aprendí que no la necesitaba porque podía confiar en esa persona que no vi nunca en mi vida y probablemente jamás vuelva a ver. Vivo en el país donde el agua del mar es tan transparente que podés ver a los tiburones nadar de cerca… genial!

No quiero sonar despectivo de mi país y mi pueblo argentino, pero acá la idiosincrasia es distinta. Ni mejor ni peor. Distinta. Pongo las cosas en una balanza, y aunque extraño mucho a mi familia y amigos en Lincoln, el lugar que yo elijo para vivir es acá. Es Australia.